martes, 31 de enero de 2012

UN DIA de furia

Escribe La Malatendida

Ok, soy mina. Y a veces me saco. Lo primero lo descubrió la partera hace más años de los que me gustaría declarar ahora. Lo segundo lo confirmé esta tarde cuando fui de compras al súper y una marmota me hizo perder los estribos. Pero las minas somos así, está bien? De modo que si vas a leer esta crónica pensando que soy una rayada o una histérica, nunca en tu vida entendiste a una mujer. Así que mejor anda a chusmear el Olé o entrá en Deautos.com. O si preferís lee hasta el final, porque a lo mejor puede que tengas razón.

No es que me coma la cabeza, pero muchas veces me he preguntado en qué lugar oscuro de mi ser habita esa persona que tiene un diccionario ilimitado de puteadas, capaz de agarrar un bate de beisbol y romper todo cuanto encuentre a mano. Por ejemplo, esta tarde. Voy al supermercado después de nueve horas de laburo. Es lunes, la misma película que cualquier otro día hábil, salvo que todavía te faltan cuatro jornadas iguales antes del franco. Pero el lunes no se te pasa más. Aunque tengas trabajo a patadas, aunque no tengas nada para hacer y tengas que dibujarla, descubris que el tiempo no corre más rápido aunque vayas cincuenta y ocho veces al baño. Todo ocurre en un terreno lento de la vida en el que hasta envejecer parece imposible. Por eso, cuando finalmente llega la hora de salida, te gana la ansiedad y queres teletransportarte a tu casa inmediatamente. Necesitas ordenar todo de manera veloz y eficaz. Esto yo lo tengo sumamente aceitado, en cuatro maniobras despejo mi escritorio de manera admirable y estoy lista para huir al paraíso, que a esa hora es casi siempre la fórmula casa-mate-tv.
De regreso se me ocurre pasar por el supermercado. Quiero algo rico. No puedo identificar bien qué, pero estoy segura de que lo voy a encontrar allí. Hago el esfuerzo aunque hoy estoy realmente agotada. Me convenzo de que puedo liquidar todo el trámite en seguida. Además consigo rápido un lugar para estacionar en una ubicación inmejorable. Voy a los pedos entre las góndolas metiendo cosas en el carrito. Pensaba llevar sólo dos cositas, pero me tiento y agarro algunas de más. Ya tengo lo que buscaba. Todo va bien, todo va bien. Busco las cajas, me quiero ir, me quiero ir ya y cuando las encuentro descubro que las colas para pagar-llegan-hasta-la-mitad-de-la-góndola-de-galletitas…-
Uf!
Pienso en dejar las cosas, estoy muy cansada, pero después decido quedarme y esperar. Detrás de mí, una vieja me pregunta si estoy en la fila. Le contesto que sí, aunque en verdad no parece, ya que hay tantas personas para pagar que estamos casi al final de la góndola. Delante hay también otra vieja, y más allá diviso otras más. Imagino que están tan ocupadas durante el día que no tienen mejor momento que este para venir al supermercado. No tengo otro remedio que esperar. Acá adentro no se puede fumar, pero yo no fumo, así que no sé para qué me preocupo. Solo espero, muevo el piecito, chequeo mensajes en el celu, miro la hora, sigo esperando, sigo moviendo el piecito, hasta que luego de un lapso interminable de tiempo llego a la caja. Empiezo mecánicamente a descargar sobre la cinta los productos del carrito. Mi saludo de buenas tardes es interrumpido por la notificación robotizada de la cajera quien me informa que no puedo utilizar esta caja porque ES-MAXIMO-15-UNIDADES.
Uf!
Levanto la vista, veo el cartel verde que así lo anuncia, y le pido disculpas, sinceramente la fila era tan larga que nunca vi el cartelito, y dado que esperé mucho tiempo, me parece posible una excepción…
-No es posible, señora. Tiene que ir a otra caja.
-Pero hace una hora que estoy esperando, todos me vieron, además mirá cómo están todas las demás cajas, están todas saturadas, dejame pasar esto por favor y me voy de una vez…no puedo pasar esto?
-No señora, el resto de la fila se puede quejar…
Estoy muy serena. Me doy vuelta, encaro a los de atrás:
-Perdón, mil disculpas. A alguien le molesta? Todos me vieron en la fila desde hace rato, no es así? No hay problema? Bueno, gracias- me vuelvo nuevamente y miro a la cajera robot- Ves, no le molesta a nadie, podemos seguir?
-No señora, ya le dije que tiene que ir a otra caja.
No puedo creer cómo llegué a esta situación. No voy a hacer otra cola de media hora. Quiero irme a mi casa de una vez. La cajera alienada por su trabajo empieza a desatar mi propio “alien” interno. Tengo que controlarme, pero la vieja que está atrás asoma su cabeza sobre el changuito y masculla “…mmm, nena, tenés casi treinta cosas ahí…”
Y la vieja le abre definitivamente la puerta al alien. Miro a la cajera con ojos fijos y encolerizados y empiezo a revolver todo alocadamente, ok, te doy el gusto, a vos y a esta vieja chota. De la fila se oye cada vez más claro el clamor de qué me dejen pasar todas las cosas, que al final así vamos a tardar más, pero ahora me emputecí y voy a seleccionar quince productos, revoleo todo lo que no puedo llevar, no me importa que sean yogures o frascos o lo que sea porque en realidad no sé a ciencia cierta qué estoy separando, solo agarro las cosas sin dejar de mirar fijamente a la cajera ausente de sentido común que me devuelve una mirada vacía e inmutable. No tiene sentido decirle nada más. Solo pagar y salir. Tomo las bolsas con más fuerza de la necesaria (realmente solo me faltó una exclamación a lo increíble Hulk al levantarlas) y me voy maldiciendo para adentro. Ignoro a todos, incluso a la vieja que sé me está diciendo algo, pero ya no me importa.
Mientras estoy metiendo las bolsas en el baúl del auto, se acerca un muchacho de seguridad y me pregunta si no me di cuenta de que allí no se puede estacionar, que es un lugar reservado para futuras mamás y personas con movilidad reducida, que él no llegó a fijarse bien cuando llegué si yo era alguna de las dos cosas, pero que no es admisible en el futuro…
Miro dentro del baúl y pienso que si hubiera tenido allí realmente un bate de beisbol ahora estaría presa. Pero solo le digo que tiene razón y que si tiene tiempo se vaya un poco a la puta que lo pario. Yo me voy a la mierda.
El auto salta en todas las lomas de burro. Pero tengo que acelerar para desacelerarme. Para cuando llego a casa el nivel de bronca ha bajado bastante. Ahora puedo reflexionar sobre el automatismo en el que caemos todos diariamente, en esa condición de no-humanos en que nos convertimos, me pregunto por qué el sentido común es el menos común de los sentidos, y también me avergüenzo un poco de mi reacción.
Cuando llega mi marido le cuento todo esto y él obviamente piensa que la cajera tenía razón, que hay que fijarse, pero antes de que diga alguna cosa como que soy una rayada o una histérica, le hago una sonrisa, le sirvo un mate y le alcanzo el Olé.

3 comentarios:

  1. Buenas, devuelvo la visita y te digo que me siento muy identificada con tu relato. Mirá que hice cursos de meditación, respiración y todos los ción posibles, pero cuando el puto del colectivero no me quiere abrir la puerta porque se adelantó 10 metros de la parada; me gustaría convertirme en un ser baboso de dos metros, capaz de romper los vidrios y sacarle esa mirada de placer que tiene por sentirse dueño de mi destino por unos minutos. Ahhh gracias, ya me siento mejor. Debería estar permitido tener un día del furia al mes. Beso!!

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    1. Todo debería estar permitido!Bueno, algunas cosas mejor no. Gracias por pasar.

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    2. Já! Y yo que la hacía más tranqui a Karina...
      Hubiera querido un poco de sangre al final, pero eso es culpa de mi sadismo nomás :)

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